domingo, 5 de octubre de 2014

LATÍN; ORIGEN Y EVOLUCIÓN


LA EVOLUCIÓN DEL LATÍN

El latín es una lengua indoeuropea, es decir, que pertenece a una familia de lenguas cuyo origen se remonta hacia 4000 años a.C., cuyos primeros hablantes habitaban el sureste de Europa y Asia central. Europa recibió diversas oleadas de migraciones de pueblos indoeuropeos. Los primeros hablantes de la forma más arcaica del latín debieron llegar a principios del I milenio a.C. y se instalaron en el centro de la península, fragmentados tanto política como lingüísticamente.

Hacia 900 a.C. entró en el norte de Italia un pueblo no indoeuropeo a quienes los romanos llamaban Etruscos. Fueron la primera civilización avanzada que conoció Italia y se extendió rápidamente hasta llegar al Lacio, donde diversos pueblos formaron una Liga latina bajo el liderazgo de la ciudad de Alba Longa, probablemente para protegerse de los Etruscos. Mientras tanto, los griegos (otro pueblo de origen indoeuropeo) estaban fundando prósperas colonias en el sur de la península, en la región que sería conocida como la Magna Grecia.

La historia del latín se extiende durante un periodo de unos tres mil años hasta la actualidad. El latín no se ha hablado igual en todos los momentos de su historia, especialmente significativas son las diferencias debidas al nivel cultural de los hablantes, que en tiempos antiguos eran mucho más acusadas que en la actualidad.

El latín hablado desde su nacimiento como lengua, hasta aproximadamente el siglo II a.C. recibe el nombre de latín arcaico. El texto escrito más antiguo que se conserva es la llamada Fíbula de Preneste, un broche de orfebrería fina que data del siglo VII a.C. (es decir, de la época monárquica en que Roma estaba bajo la dominación etrusca).

El latín clásico (culto) coexistió con el llamado latín vulgar, que era el latín hablado por las clases bajas, y en particular por la mayor parte de los soldados que extendieron el latín por toda la geografía del Imperio Romano. (Los soldados solían recibir tierras como recompensa en las provincias conquistadas, y pasaban a establecerse como colonos-agricultores.) Las diferencias entre el latín culto y el latín vulgar afectaban a todos los niveles lingüísticos: fonética, morfología, sintaxis y léxico. No sería exacto decir que el latín culto era el latín literario, pues el latín vulgar tenía su propia literatura. Uno de sus autores más representativos fue Plauto (254-184 a.C.), cuyas comedias (adaptaciones de obras griegas), escritas en latín vulgar, gozaban de mucho éxito en Roma.

Los máximos exponentes de la literatura clásica latina fueron el político y abogado Marco Tulio Cicerón (106-46 a.C.) y el militar Cayo Julio César (100-44 a.C.) así como los poetas Publio Virgilio Marón (70-19 a.C), Quinto Horacio Flaco (65-8 a.C.) y Publio Ovidio Nasón (43 a.C. - 17 d.C.).

A partir del siglo IV, tras la caída del imperio romano, el bajo latín evolucionó hacia el llamado latín medieval, que, además de las influencias del latín vulgar, sufrió una destructiva inyección de helenismos (tanto léxicos como sintácticos) de mano de los primeros cristianos, que transcribieron burdamente su jerga religiosa, desarrollada originariamente en griego. Por su parte, el latín vulgar se fragmentó y dio origen a las distintas lenguas románicas (italiano, francés, castellano, portugués, rumano, sardo, catalán,  gallego...)

A partir del siglo XIV los humanistas italianos estudiaron con minuciosidad los relativamente pocos textos clásicos que los monjes medievales habían preservado cuidadosamente durante siglos y lograron reconstruir el latín clásico. No era, evidentemente, la misma lengua, en el mismo sentido que el castellano actual difiere significativamente de la lengua de Cervantes, pero volvía a ser una lengua culta y coherente, que no ha dejado de evolucionar hasta nuestros días.

Sin embargo, aunque los humanistas lograron restaurar el léxico, la gramática y el estilo del latín clásico, hubo algo que escapó a sus posibilidades: reconstruir la forma en que los romanos pronunciaban el latín. Sabían cómo escribían los romanos, pero no disponían de documentos sonoros que les permitieran reconstruir cómo leían los textos que tan bien habían asimilado. Durante la Edad Media, los pocos que sabían algo de latín habían adaptado la pronunciación a las características de su lengua (románica) materna. Así, según la pronunciación tradicional española, Cicero se leía Cícero, pero según la pronunciación tradicional francesa era Sísero, según la pronunciación tradicional italiana era Chíchero, y así sucesivamente. Pero nadie sabía qué habría respondido exactamente Cicerón ante la pregunta: Quid nomen est tibi?

Tuvieron que pasar algunos siglos hasta que, ya en el siglo XIX, los lingüístas se atrevieran a establecer la llamada pronuntiatio restituta (la pronunciación restituida), que viene a ser un "retrato robot" de la forma en que los romanos pronunciaban su idioma en la época clásica. Los lingüistas han aprovechado toda la información disponible por parte de gramáticos romanos, o de textos que, por cualquier motivo, hicieran referencias al lenguaje y su pronunciación, y los reflejos de palabras latinas en otras lenguas coetáneas, han añadido a todo ello las conclusiones de la lingüística comparada, que permite establecer paralelismos entre las distintas lenguas indoeuropeas y su evolución fonética.

El alfabeto latino arcaico constaba de las 21 letras siguientes:

 A, B, C, D, E, F, Z, H, I, K, L, M, N, O, P, Q, R, S, T, V, X   

Las minúsculas propiamente dichas como las conocemos ahora surgieron en la Edad Media. (nótese que la V era la u mayúscula).

En el siglo III a.C., tras la conquista de la Magna Grecia, los romanos empezaron a familiarizarse con la cultura y la lengua griega, y el latín empezó a incorporar cada vez más vocablos de dicha lengua. Esto planteó un problema, pues el griego tenía varios sonidos de los que el latín carecía, de modo que no podía establecerse una correspondencia natural entre el alfabeto griego y el alfabeto latino para realizar las transcripciones oportunas. La solución a principios del siglo I a.C., la Z fue reincorporada al alfabeto, así como la letra griega ýpsilon (Y), que entonces los griegos llamaban hy, pero que los romanos pronto pasaron a llamar i graeca (i griega), y más tarde se extendió también en latín el nombre de ypsilon. De este modo, quedó perfilado el alfabeto latino clásico de 23 letras:

 

A, B, C, D, E, F, Z, H, I, K, L, M, N, O, P, Q, R, S, T, V, X , Y, Z